«De nada sirven ante él la sabiduría, la inteligencia y el consejo. Se alista al caballo para el día de la batalla, pero la victoria depende del SEÑOR» (Prov. 21:30–31). En esencia, lo que entendí fue lo siguiente: el éxito o el fracaso, a fin de cuentas, no dependían de mí. Había leído esos versículos muchas veces, pero en realidad, nunca los había aplicado a mi ministerio. Aunque sí podía sabotear mi ministerio, y asegurar con ello el fracaso del mismo, no podía hacer nada para garantizar la victoria,