En esto radica la diferencia entre la ambición piadosa y la humana: la ambición piadosa se origina en el corazón del Padre y es avivada por un deseo sincero de agradarlo; la ambición humana tiene su origen en el corazón del ser humano y es manejada por las necesidades de su propio ego. Un ejemplo clásico de ambición humana bien intencionada aunque mal dirigida se encuentra en 2 Samuel 7. El rey David había establecido definitivamente su trono en Jerusalén y se veía libre, al fin, de conflictos militares.