Si quieres ser mi discípulo, debes aborrecer a los demás —a tu padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas— sí, hasta tu propia vida. De lo contrario, no puedes ser mi discípulo. Además, si no cargas tu propia cruz y me sigues, no puedes ser mi discípulo. […] Así que no puedes convertirte en mi discípulo sin dejar todo lo que posees.9 Para cualquier otra persona en el mundo, esas palabras parecen una locura. No obstante, para cada cristiano, esas mismas palabras son vida. Para los pocos que
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