No somos pecadores porque pequemos; pecamos porque somos pecadores. El fruto corrupto fluye de nuestra naturaleza corrupta. Cuando pecamos, estamos haciendo lo que nos nace naturalmente como criaturas caídas. Esta pecaminosidad se aprecia de formas metafóricas en la Escritura. Se retrata en términos de impureza o contaminación ritual. Por ejemplo, el mobiliario del tabernáculo y el templo del Antiguo Testamento incluía una vasija especial llamada fuente o lavamanos. Este utensilio simbolizaba la