Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguieron grandes multitudes. Un hombre que tenía lepra se le acercó y se arrodilló delante de él.
—Señor, si quieres, puedes limpiarme—le dijo.
Jesús extendió la mano y tocó al hombre.
—Sí quiero—le dijo—. ¡Queda limpio!
Y al instante quedó sano de la lepra.
—Mira, no se lo digas a nadie—le dijo Jesús—; sólo ve, preséntate al sacerdote, y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva
Matthew 8:1–16:28