La ira de Dios no debe verse como algo opuesto a su amor, sino como una manifestación de ese amor. Lo opuesto a la ira no es el amor sino la indiferencia. El mandato de Pablo en Romanos 12:9 de que el amor sea “sin fingimiento” va seguido del mandato de aborrecer lo malo. Un marido que amara a su esposa sentiría una ira celosa ante su infidelidad. La falta de odio hacia lo malo implica una deficiencia en el amor. Un “Dios” que no detestara el mal no sería digno de nuestra adoración, y de hecho no