En el cielo y en la tierra, el orgullo, es decir, la exaltación propia, es la puerta, el nacimiento y la maldición del infierno. (Véase Nota A) Por consiguiente, nada puede sernos de redención salvo la restauración de la humildad perdida, la relación primera y única de la creación con su Dios. Y por ello vino Jesús para traer humildad a la tierra, para hacernos partícipes y por medio de ello salvarnos. En el cielo se humilló a sí mismo para hacerse hombre. La humildad que vemos en Él formaba parte