Su humildad es nuestra salvación; y Su salvación es nuestra humildad. De este modo, la vida de los redimidos, de los santos, debe contar con este sello de liberación del pecado y completa restitución a su estado original; una humildad omnipresente tiene que marcar su completa relación con Dios y el hombre. Sin esto no puede haber una verdad constante en la presencia de Dios, o una experiencia de Su favor y del poder de Su Espírito; y sin esto no puede haber fe o amor o gozo o fuerza permanentes.