Tenemos una opción: podemos buscar nuestras propias ambiciones —como la sabiduría o el conocimiento— o podemos elegir el camino de Cristo, dándonos cuenta de que “en la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor” (Ec 1:18). La ambición por sí sola no ofrece un final feliz. El único final que da lugar a la alegría es el que se centra en el reino de Dios y en sus deseos. En lugar de justificar nuestros deseos actuales, debemos reconocer la dicotomía y el problema.