«Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella» (Lucas 19:41). En todos los tiempos, la memoria de Jerusalén ha evocado los más profundos sentimientos. Judíos, cristianos y mahometanos se vuelven hacia ella con reverente afecto. Casi parece como si en algún sentido cada uno de ellos pudiera llamarla su «dichoso hogar», el «nombre siempre entrañable» para él. Porque nuestros más santos pensamientos del pasado y
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