Cuando enseñes en la iglesia, busca no suscitar aplausos sino lamentos. Que las lágrimas de tus oyentes sean tu gloria. Las palabras de un presbítero deben ser alimentadas por la lectura de las Escrituras. No seas un recitador, ni tampoco levantes tanto la voz, como quien habla atropelladamente sin ton ni son, sino muéstrate experto en los temas profundos y versado en los misterios de Dios. JERÓNIMO