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Manzanas de oro (Vol. I)
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DEDICATORIA DE LA EPÍSTOLA

A TODAS LAS PERSONAS JOVENES DE TODAS LAS NACIONES, especialmente a aquellas, de ambos sexos, que comienzan a dirigir sus rostros hacia Sion.

QUERIDOS CORAZONES,—‘la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!’1 Prv 15:23. Es a menudo como una ‘Manzana de oro con figuras de plata’, Prv 25:11. Muchas veces tal palabra es dulce, preciosa, agradable, deliciosa y profunda en su dirección. Dentro de un grupo de amigos cercanos, comiendo juntos un día de reposo, uno que estaba a la mesa para evitar ser impertinente2 dijo: ‘es un interrogante saber si todos iremos al cielo o no’, lo cual impresionó a todos y causó que cada uno entrara en una consideración seria consigo mismos. Uno pensó, si alguno de este grupo va al infierno, ese debo ser yo; y así pensó uno y otro, de hecho, así pensó casi cada uno de los presentes, tanto los sirvientes como los que estaban sentados a la mesa, como fue reconocido más adelante; a través de la misericordia y la bendición de Dios estas palabras obraron en las almas de la mayoría de ellos, y probaron ser el primer medio fundamental de su conversión.

Tengo la esperanza, por la gracia, de que este tratado, aunque sea sembrado en debilidad, con la bendición del Altísimo sobre él, pueda crecer en poder, y ser un medio útil para ganar almas para Cristo, lo cual es mi mayor ambición en este mundo; por lo tanto, he roto completamente todas las dificultades y razonamientos carnales que de otra manera hubieran sofocado a este bebé en el vientre, y lo hubieran privado para siempre de ver la luz.

He leído acerca de un emperador que no se complacía en sus acciones sino solo en aquellas que, en la estima de sus consejeros y capitanes, eran consideradas las más difíciles e imposibles. Si ellos decían que tal o cual cosa nunca se lograría, ese era un argumento suficiente para que él iniciara la aventura; generalmente prosperaba, y rara vez fracasaba.

Nunca he encontrado mayores y más selectas bendiciones, para llevar a cabo cualquiera de mis pobres y débiles labores, que aquellas que han sido producidas en el mundo a través de las más grandes dificultades y necesidades.

Valerio Máximo comenta1 que alguien le dijo a un soldado, que iba a la guerra contra los persas, que ocultarían el sol con sus flechas, a lo que él respondió: ‘lucharíamos mejor en la sombra’. Nada debería desalentar ni desanimar a un soldado de Cristo, 2 Ti 2:3, 4. Cristo les dijo a todos sus soldados (como le fue dicho al Príncipe Negro por su padre, luchando con sangre hasta las rodillas, y en gran angustia), o vencer o morir.2 Los hombres sin decisión, o de débiles decisiones, serán poco útiles para el bienestar de las almas. Aquellos guardianes que estén libres de la sangre de las almas y sean útiles al interés de Cristo para convertir a los pecadores de las tinieblas a la luz, deben ser hombres de espíritu y decisión.

Recuerdo que Austin comenzó uno de sus sermones así: Ad vos mihi aerrno, O juvenes flos œtatis, periculum mentis, para ustedes son mis palabras, oh jóvenes, la flor de la edad, el peligro de la mente.3

¡De la misma forma me dirijo a ustedes, oh jóvenes! Les dedico el siguiente tratado, primero, porque el asunto contenido en él les concierne tanto de forma primordial como eminentemente.

En segundo lugar, por un sincero deseo que tengo por su bienestar interno y eterno.

En tercer lugar, debido a algunos impulsos que han estado en mi espíritu últimamente, para dejar este tratado en sus manos como un legado de mi amor, y como testimonio de mi gran deseo de contribuir a su salvación eterna.

En cuarto lugar, porque hay más esperanza de hacer el bien entre ustedes, como lo evidencio más claramente en el siguiente tratado.

En quinto lugar, para combatir al gran debilitador de sus almas, cuyo gran propósito es envenenarles y poseerles desde los primeros días de su vida.

En sexto lugar, para motivar a otros que son más capaces y dignos de ser más útiles a ustedes al declararse plenos en este tema, los cuales no lo han hecho, que yo sepa, a pesar de ser un punto de mucho interés especialmente para los jóvenes, como todo lo que se encuentra en las Escrituras, Ef 4:14.

En séptimo lugar, y por último, porque hay muchos que están esperando engañarlos, corromperlos y envenenarlos con opiniones, principios y blasfemias que deshonran a Dios, niegan a Cristo, debilitan la conciencia y condenan el alma.4

He leído de alguien que se jactó y se glorió de esto, porque había pasado treinta años corrompiendo y envenenando a la juventud. Sin duda, habrá muchos monstruos miserables entre nosotros, que hagan de esto su negocio, su gloria y su todo, para engañar y atraer a los jóvenes a aquellos errores y blasfemias peligrosas que conducen a la destrucción. El error y la insensatez; alguien dijo muy bien: ‘son los nudos con los que Satanás amarra a los niños en la hoguera para ser quemados en el infierno’.

Hay una verdad que Tragediano [¿Terence?] dijo hace mucho tiempo, ‘Venenum, en auro bibitur’, el veneno se toma comúnmente fuera de una copa de oro. Así que es un error o noción tomada prontamente a juicio y a conciencia por las personas con la actitud más justa y con las más suaves conversaciones. El error es tan horrible y vil que, si se mostrara en su forma más natural, el hombre lo aborrecería, y huiría de él y del infierno.1

Si Jezabel no hubiera pintado su rostro, no hubiera podido conseguir tantos jóvenes adúlteros que la siguieran, generando así su propia ruina.

¡Oh! Jóvenes, hombres jóvenes, la bendición del Señor en la lectura seria y diligente de este tratado puede ser un oportuno medio para preservarles de ser engañados y entrampados por aquellos monstruos que ‘recorren mar y tierra para hacer un prosélito… hijo del infierno’, Mt 23:15.

Es así como les he dado las razones de porque dedico este tratado al servicio de sus almas. Me gustaría que fuera recibido tan amable y cordialmente como es ofrecido. Espero que ninguno de ustedes en cuyas manos está, diga lo que Antipater, rey de Macedonia, dijo cuando alguien le presentó un libro que trataba sobre la felicidad, su respuesta fue: Ou σχολάζω,2 no tengo tiempo libre.

¡Oh! Hombres y mujeres jóvenes, jóvenes y vírgenes, al pensar3 en el eterno bienestar de sus almas; mientras escapan del infierno y van al cielo; mientras se interesan por Cristo y buscan perdón en su interior; mientras son bendecidos aquí y glorificados en el más allá; encuentren el tiempo, encuentren la oportunidad para leer más y más este tratado, que tiene como propósito su bienestar eterno.

Pero antes de avanzar, creo necesario, en algunos aspectos, dar a conocer al mundo otras razones o motivos que han prevalecido conmigo y que deben aparecer impresas una vez más, tales razones son:

En primer lugar, después de haber predicado ocasionalmente4 un sermón con las palabras, de las cuales se compone el siguiente tratado, fui seriamente obstaculizado por algunos dignos amigos para imprimir el sermón. Modestamente hice lo que pude, resistiendo sus deseos, pensando que esto no era digno de ellos; pero siendo por fin vencidos y poniendo manos a la obra, el aliento y las intervenciones de Dios fueron tales que ha hecho que un sermón se multiplique en muchos. Lutero nos dice que, cuando empezó a darle la espalda al papado, no pretendía sino oponerse a los indultos papales y a la venta de indulgencias; pero ni Dios ni sus enemigos lo dejaron en paz sino hasta que determinó, como Moisés, no dejar una sola pezuña de papado sin oposición, Ex 10:26. Dios muchas veces en las cosas del evangelio lleva a sus siervos más allá de sus intenciones, más allá de sus propósitos.

En segundo lugar, la favorable aceptación y el buen recibimiento que mis otras obras han encontrado en el mundo, y aquellas bendiciones notablemente multiplicadas que les han seguido por la conquista de muchos para Cristo y la edificación de otros más en Cristo, me ha alentado a presentar este tratado al mundo, esperando que el Señor tenga preparada una bendición para él también. Las experiencias de la gracia están más allá de las nociones y las impresiones; son muy vivificantes y alentadoras.

En tercer lugar, para que pueda en alguna medida, corregir a los negligentes, cuya edad, cuerpo, experiencias y gracia hace tanto tiempo los ha estado llamado a hacer algo considerable sobre esto, que puedan ser motivados por mi débil ensayo1 a hacerlo mejor y corregir lo deficiente a través de mis insuperables deseos y debilidades espirituales, las cuales son tantas y bien podrían ser una suficiente disculpa por todos los defectos y debilidades que en este tratado podrían aparecer ante un ojo juicioso y serio.

En cuarto lugar, el amor de Cristo y el amor por las almas me ha obligado a esto. Así como hay una virtud atractiva, también hay una virtud irresistible en el amor divino. El amor a Cristo y a las almas hará que un hombre esté dispuesto a gastar lo suyo y a ofrecerse a sí mismo.2 Aquel que ora, predica, estudia y trabaja hasta morir, por el honor de Cristo y el bien de las almas, no sufrirá perdida al final. El amor divino es como una vara de mirto, que, como dice Plinio, hace que el viajero que la lleva en su mano no se desmaye ni se fatigue.3 El amor divino es muy operativo; si non operatur, non est, si no obra, no es amor divino en absoluto. El amor divino, como el fuego, no está inactivo, sino activo. Aquel que ama no puede ser infructuoso. El amor hará que el alma sea constante y abundante en hacer el bien. Dios no admite a nadie en el cielo, dice Justino Mártir, sino solo a aquellos que puedan convencerlo, por medio de sus obras, de que lo aman. El pagano Seneca ha observado que Dios no ama a sus hijos con un amor débil o femenino, sino con un amor fuerte y masculino; y ciertamente, los que aman al Señor fuertemente y con un amor masculino, no pueden dejar de exponer su todo por él y para su gloria.

En quinto lugar, observo que Satanás y sus aliados están, hoy en día, incansablemente ocupados en sus planes, intentos y esfuerzos por corromper, envenenar, profanar y destruir a las plantas más jóvenes, tiernas, esperanzadas y florecientes entre nosotros.

Latimer le dijo al clero de su tiempo que, si no aprendían la diligencia y la vigilancia de los profetas y los apóstoles, la deberían aprender del diablo,4 quien subía y bajaba de sus diócesis, y actuaba con un poder desatado, buscando a quien poder destruir. Cuando los lobos están lejos, el pastor no debe dormir, sino vigilar; sí, redoblar su vigilancia, recordando que es mejor tener la sangre de todos los hombres en el mundo sobre él que la sangre de una sola alma sobre él por su negligencia.

Satanás es un león, no un cordero; un león rugiente, no un león soñoliento; no es un león que se quede quieto, sino un león que anda para arriba y para abajo constantemente. Como no está satisfecho con sus presas, los millones de almas que ya tiene, ‘busca a quién poder tragar completamente’, como significa literalmente la palabra χαταπιῃ en 1 Pedro 5:8; su mayor deseo es llenar el infierno de almas; las cuales deberían despertar y estar activas, buscando hacer todo lo posible para impedir sus planes, ayudando y contribuyendo en la salvación de otras almas.

Crisóstomo compara a los buenos pastores con fuentes de donde siempre mana el agua, o acueductos que siempre están fluyendo, aunque no se ponga ningún balde debajo de ellos.1

En sexto lugar y, por último, sé que toda la vida del hombre no dura más que una sola hora, en la cual debemos trabajar; cuanto más trabajo haga un hombre en la tierra por Cristo, mejor pago tendrá cuando llegue al cielo. Cada hombre al final ‘cosechará lo que sembró’. Las oportunidades de servir a Cristo y a las almas, son más valiosas que el mundo entero; por lo tanto, estoy dispuesto a tomarlas, sin saber qué tan pronto ‘podría dejar este tabernáculo terrenal’; así como no hay creencia ni arrepentimiento en la tumba, tampoco hay oración, predicación, ni escritos; tenemos necesidad de levantarnos y actuar, de poner las dos manos en ello y hacer todo lo que hacemos con todas nuestras fuerzas, sabiendo que ‘la noche viene, cuando nadie puede trabajar’.2 El día de la muerte de un cristiano es el día en que el Señor da el pago, es decir, el momento de recibir la recompensa, no el momento de trabajar.

Así le he dado a conocer al mundo las verdaderas razones que me movieron a publicar este tratado. Antes de terminar, deseo decirles unas palabras a los jóvenes y otras a los ancianos, luego me despediré de ambos.

Mi petición a ustedes que están en la primavera3 de sus días es esta, si el Señor alguna vez se complace al reconocer, coronar, bendecir y respaldar este tratado, para hacerlo un medio eficaz para convertirlos al Señor, para ganarlos para Cristo, para cambiar sus naturalezas y convertir sus almas —por lo cual oro, tengo esperanza y creo— entonces deben hacer dos cosas por mí.

En primer lugar, nunca dejen de llevarme en sus corazones, para que esté bajo el control del Espíritu, y pueda ser claro, fuerte e íntegro en mi comunión con Dios, que siempre esté cerca y sea santo, humilde, inofensivo e irreprensible en mi caminar con Dios, y que su obra pueda prosperar cada vez más en mi mano.

En segundo lugar, que por medio de las palabras de su boca, ya sea por carta o de alguna otra manera, me informen de lo que el Señor ha hecho por sus almas, si es que Él me ha hecho un padre espiritual para ustedes.4 No escondan de mí su gracia, permítanme conocer cómo ha hecho crecer, con poder, aquella semilla que fue sembrada con debilidad en ustedes, y:

(Primero) Que pueda hacer lo que sea necesario para ayudar en esa obra que ahora comienza en ustedes; que su centavo pueda convertirse en una libra, su mite en un millón y su gota en un océano.

(Segundo) Que pueda mejorar algunas impresiones que han estado en mi propio espíritu desde que comencé esta obra.

(Tercero) Que mi gozo y agradecimiento sean aumentados y mi alma esté abundantemente comprometida con Dios, quien ha bendecido nuestros días, 1 Ts 2:19, 20; 2 Co 9:2. Reflexionen sobre estos pasajes —2 Cor 7:3, 4, 13; Fil 2:2; 4:1; Flm 7; 2 Juan 3; 4— y luego avergüéncense de declarar lo que el Señor ha hecho por ustedes, si pueden.

(Cuarto) Es mejor convertir a uno, que civilizar a mil; esto se añadirá a la cuenta del ministro en aquel día, en el cual dirá: ‘He aquí, yo soy, y los hijos que me has dado’, Is 8:18.1 Tal hombre, con sus hijos espirituales alrededor de sí mismo, mirará a Dios con más consuelo y fuerza, que aquellos que sólo puedan decir: ‘Aquí estoy con mis muchos beneficios’; ‘Aquí estoy con mi dignidad y gloria eclesiástica’; ‘Aquí estoy, con los cientos que el hombre me ha dado y con los que he conseguido’.

(Quinto y último) La conversión de otros es una evidencia secundaria y más remota de la propia renovación y conversión de un hombre. Pablo se convirtió antes de que Dios lo convirtiera en un instrumento para la conversión de otros. El método habitual de Dios es convertir por medio de los convertidos.2

No recuerdo ningún caso, en toda la Escritura, de Dios convirtiendo a alguien por medio de aquellos que no se hubieran convertido primero; sin embargo, sé que su gracia es libre, y el viento sopla donde quiere, cuando quiere y como quiere.

Tengo unas palabras para las personas de mayor edad, y con esto termino.

En primer lugar, a los santos ya ancianos. ¡Oh, hermanos! ¡Oh, padres! ¿Les gustaría contemplar su honor, su felicidad y su bienaventuranza? Examinen, entonces, este tratado y encontrarán el honor inefable de lo que significa ser un discípulo anciano, la gloria de lo que significa ser santos y continuar así hasta la vejez.

En segundo lugar, a los pecadores ancianos cuya primavera y verano ya han pasado, que han llegado a la caída de las hojas y, sin embargo, tienen un infierno del cual escapar, un Cristo en quien creer, pecados que ser perdonados, corazones que cambiar, almas que salvar y un cielo que asegurar; se les anima con las Escrituras a arrepentirse, creer y tener esperanza de que todavía hay misericordia para ellos, se les anima a que examinen seriamente este tratado, especialmente la última parte, allí podrán encontrar lo necesario para evitar que se desesperen y para animarlos a depositar sus almas en aquel que es poderoso para salvarlos.

Hay muchas cosas en este tratado que son de utilidad para muchos, y varias cosas más que, de momento, no son todos los días predicadas ni leídas. Lo he hecho tan placentero como el tiempo me lo ha permitido, para que así, sea más provechoso al lector y para que pueda impactar mejor al joven por medio de esta obra santa; la cual es un punto alto de la sabiduría celestial, no habiendo más sabiduría que aquella para ganar almas, 2 Co 12:16; Prv 11:13. Es mi oración que este tratado sea tan bendecido por el cielo, como para que pueda ganar a algunos, edificar a otros, y hacer el bien a todos. Así podré descansar.

Su amigo y siervo en el evangelio de Cristo.

Thomas Brooks

MVI

About Manzanas de oro (Vol. I)

“La palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (1 Prv 15:23). Es a menudo como una “Manzana de oro con figuras de plata” (Prv 25:11). Hay en esta obra muchas palabras importantes para cualquiera, pero especialmente para los jóvenes que comienzan su caminar con el Señor.

En palabras del propio Thomas Brooks (puritano del Siglo XIX): Hay muchas cosas en este tratado que son de utilidad para muchos, y varias cosas más que, de momento, no son todos los días predicadas ni leídas. Lo he hecho tan placentero como el tiempo me lo ha permitido, para que así, sea más provechoso al lector y para que pueda impactar mejor al joven por medio de esta obra santa; la cual es un punto alto de la sabiduría celestial, no habiendo más sabiduría que aquella para ganar almas, 2 Co 12:16; Prv 11:13. Es mi oración que este tratado sea tan bendecido por el cielo, como para que pueda ganar a algunos, edificar a otros, y hacer el bien a todos. Así podré descansar.

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