No podemos orar correctamente a menos que la gloria de Dios domine nuestros deseos. Debemos acariciar un sentimiento profundo de la inefable santidad de Dios y un ardiente anhelo por la honra de ella. Por lo tanto, no debemos pedirle a Dios que nos otorgue nada que vaya en contra de su santidad. “Santificado sea tu nombre.” ¡Qué fácil es pronunciar estas palabras y no pensar para nada en su solemne importancia! Cuando tratamos de reflexionar sobre ellas, de manera natural surgen cuatro preguntas