El sermón más laborioso y cuidadosamente preparado probablemente resultará inútil para los oyentes a no ser que haya sido concebido y nacido delante de Dios. Si un sermón no es fruto de una ferviente oración no podemos esperar que despierte el espíritu de oración de aquellos que lo escuchan. Como hemos señalado, Pablo intercalaba súplicas en sus instrucciones. Tras bajar del púlpito, es nuestro privilegio y deber retirarnos al lugar secreto y rogar a Dios que escriba su Palabra en el corazón de aquellos