El camino espacioso conduce a la muerte, el angosto a la vida; el primero lo recorren muchos, el último, pocos.»5 La firmeza con que se sostiene este dogma no podría ilustrarse de manera más sorprendente que la que nos ofrece Abraham Kuyper y la necesidad bajo la que parece descansar, a saber, la de armonizar dicho dogma con el hecho extraordinario —sobre el que él insistía repetida y provechosamente— de que es la «humanidad como un todo orgánico la que se salva» y los perdidos son, en consecuencia,