Sigue al salmo veintidós, que es de modo significativo el Salmo de la cruz. Con anterioridad al salmo veintidós, no hay verdes prados ni aguas tranquilas; es tan solo después de haber leído: “Díos mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, que llegamos a: “El Señor es mi pastor”. Es necesario que conozcamos por propia experiencia el valor de la sangre derramada, y veamos la espada desenvainada y levantada contra el Pastor,[8] antes de que podamos conocer y entender verdaderamente la dulzura de