Un día, en el mes de nisán del año veinte del reinado de Artajerjes, al ofrecerle vino al rey, como él nunca antes me había visto triste, me preguntó:
—¿Por qué estás triste? No me parece que estés enfermo, así que debe haber algo que te está causando dolor.
Yo sentí mucho miedo y le respondí:
—¡Que viva Su Majestad para siempre! ¿Cómo no he de estar triste, si la ciudad donde están los sepulcros de mis padres se halla en ruinas, con sus puertas consumidas por el fuego?
—¿Qué quieres...
Nehemiah 2:1–20