Isaac había llegado a viejo y se había quedado ciego. Un día llamó a Esaú, su hijo mayor.
—¡Hijo mío!—le dijo.
—Aquí estoy—le contestó Esaú.
—Como te darás cuenta, ya estoy muy viejo y en cualquier momento puedo morirme. Toma, pues, tus armas, tu arco y tus flechas, y ve al campo a cazarme algún animal. Prepárame luego un buen guiso, como a mí me gusta, y tráemelo para que me lo coma. Entonces te bendeciré antes de que muera.
Genesis 27:1–4