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Romanos 8:1–25

8 Por tanto, ahora no hay condenacióna para los que están en Cristo Jesús1b, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu.

2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesúsa te1 ha libertado2 de la ley del pecado y de la muerteb.

3 Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carnea, Dios lo hizob: enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carnec,

4 para que el requisito de la leya se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritub.

5 Porque los que viven1 conforme a la carnea, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritub.

6 Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paza.

7 La mente puesta en la carne es enemiga de Diosa, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo,

8 y los que están en la carnea no pueden agradar a Dios.

Viviendo según el Espíritu

9 Sin embargo, ustedes no están en la carnea sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedesb. Pero si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Élc.

10 Y si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo1 a causa de la justiciaa.

11 Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedesa, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de1 Su Espíritu que habita en ustedesb.

12 Así que, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne.

13 Porque si ustedes viven conforme a la carne, habrán de1 morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne2a, viviránb.

14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Diosa, los tales son hijos de Diosb.

15 Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor1a, sino que han recibido un espíritu2 de adopciónb como hijos, por el cual clamamos: «¡Abba, Padrec

16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritua de que somos hijos de Diosb.

17 Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristoa, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Élb.

La gloria futura

18 Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser reveladaa.

19 Porque el anhelo profundoa de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos de Diosb.

20 Porque la creación fue sometida a vanidada, no de su propia voluntad, sino por causa de Aquelb que la sometió, en la esperanza

21 de que la creación1 misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Diosa.

22 Pues sabemos que la creación entera gime y sufrea hasta ahora dolores de parto.

23 Y no solo ellaa, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritub, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamentec la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpod.

24 Porque en esperanza hemos sido salvadosa, pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve?1b

25 Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia1 lo aguardamosa.

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