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Acts 4:1–12:25

4 Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se les echaron encimaa los sacerdotes, el capitán de la guardia del templob, y los saduceosc,

2 indignados porque enseñaban al pueblo, y anunciaban en1 Jesús la resurrección de entre los muertosa.

3 Les echaron mano, y los pusieron en la cárcela hasta el día siguiente, pues ya era tarde.

4 Pero muchos de los que habían oído el mensaje1 creyeron, llegando el número de los hombres como a 5,000a.

Pedro y Juan ante el Concilio

5 Sucedió que al día siguiente se reunieron en Jerusalén sus gobernantes, ancianosa y escribas.

6 Estaban allí el sumo sacerdote Anás, Caifása, Juan y Alejandro, y todos los que eran del linaje de los sumos sacerdotes.

7 Poniendo a Pedro y a Juan en medio de ellos, les interrogaban: «¿Con qué poder1, o en qué nombre, han hecho esto?»

8 Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santoa, les dijo: «Gobernantes y ancianosb del pueblo,

9 si se nos está interrogando hoy por causa del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera1 este ha sido sanado2a,

10 sepan todos ustedes, y todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazarenoa, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertosb, por Él1, este hombre se halla aquí sano delante de ustedes.

11 »Este Jesúsa es la piedrab desechadac por ustedes los constructores, pero que ha venido a ser la piedra angular1.

12 »En ningún otroa hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser1 salvos»

Amenazados y puestos en libertad

13 Al ver la confianzaa de Pedro y de Juanb, y dándose cuenta de que eran hombres sin letras y sin preparaciónc, se maravillaban, y reconocían que ellos habían estado con Jesús.

14 Y viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido sanado, no tenían nada que decir en contra.

15 Pero después de ordenarles que salieran fuera del Concilio1a, deliberaban entre sí:

16 «¿Qué haremosa con estos hombres?», decían. «Porque el hecho de que un milagro notable ha sido realizado por medio de ellosb es evidente a todos los que viven en Jerusalén, y no podemos negarlo.

17 »Pero a fin de que no se divulgue más entre el pueblo, vamos a amenazarlos para que no hablen más a ningún hombre en este nombrea»

18 Cuando los llamaron, les ordenaron no hablar ni enseñar en el nombre de Jesúsa.

19 Pero Pedro y Juana, les contestaron: «Ustedes mismos juzguen si es justo delante de Dios obedecer a ustedes en vez de obedecer a Diosb.

20 »Porque nosotros no podemos dejar de decira lo que hemos visto y oído»

21 Y después de amenazarlos otra vez, los dejaron ir, no hallando la manera de castigarlos por causa del puebloa, porque todos glorificaban a Diosb por lo que había acontecido;

22 porque el hombre en quien se había realizado este milagro de sanidad tenía más de cuarenta años.

Oración de la iglesia

23 Cuando quedaron en libertad, fueron a los suyos y les contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho.

24 Al oír ellos esto, unánimes alzaron la voz a Dios y dijeron: «Oh, Señor1, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos haya,

25 el que por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre Davida, Tu siervo, dijiste:

“¿bPor que se enfurecieron los gentiles1,

Y los pueblos tramaron cosas vanas?

26 “Se presentaron los reyes de la tierra,

Y los gobernantes se juntaron a una

Contra el Señor y contra Su Cristo1a”.

27 »Porque en verdad, en esta ciudad se unieron tanto Herodesa como Poncio Pilatob, junto con los gentilesc y los pueblos de Israel, contra Tu santo Siervo1 Jesúsd, a quien Tú ungiste,

28 para hacer cuanto Tu mano y Tu propósito habían predestinado que sucedieraa.

29 »Ahora1, Señor, considera sus amenazas, y permite que Tus siervos hablen Tu palabra con toda confianzaa,

30 mientras extiendes Tu mano para que se hagan curaciones, señales y prodigiosa mediante el nombre de Tu santo Siervo Jesúsb»

31 Después que oraron, el lugar donde estaban reunidosa tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santob y hablaban la palabra de Dios con valorc.

Todas las cosas en común

32 La congregación de los que creyeron era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo lo que poseía, sino que todas las cosas eran de propiedad comúna.

33 Con gran poder los apóstoles daban testimonioa de la resurrección del Señor Jesús1b, y había abundante gracia sobre todos ellos.

34 No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casasa las vendían, traían el precio de lo vendido,

35 y lo depositaban a los pies de los apóstolesa, y se distribuía a cada uno según su necesidadb.

36 Y José, un levita natural de Chiprea, a quien también los apóstoles llamaban Bernabéb, que traducido significa Hijo de Consolación1c,

37 poseía un campo y lo vendió, trajo el dinero y lo depositó a los pies de los apóstolesa.

Castigo de Ananías y Safira

5 Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una propiedad,

2 y se quedó con parte del precioa, sabiéndolo también su1 mujer; y trayendo la otra2 parte, la puso a los pies de los apóstolesb.

3 Pero Pedro dijo: «Ananías, ¿por qué ha llenado Satanása tu corazón para mentir al Espíritu Santob, y quedarte con parte del precioc del terreno?

4 »Mientras estaba sin venderse, ¿no te pertenecía? Y después de vendida, ¿no estaba bajo tu poder? ¿Por qué concebiste este asunto en tu corazón? No has mentido a los hombres sino a Diosa»

5 Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiróa; y vino un gran temor sobre todos los que lo supieron1b.

6 Entonces los jóvenes1 se levantaron y lo cubrierona, y sacándolo, le dieron sepultura.

7 Como tres horas después entró su mujer, no sabiendo lo que había sucedido.

8 Y Pedro le preguntó1: «Dime, ¿vendieron el terreno en tal precio?». «Sí, ese fue el precio2a», dijo ella.

9 Entonces Pedro le dijo: «¿Por qué se pusieron de acuerdo para poner a pruebaa al Espíritu del Señorb? Mira, los pies de los hombres que sepultaron a tu marido están a la puerta, y te sacarán también a ti»

10 Al instante ella cayó a los pies de él, y expiróa. Al entrar los jóvenes, la hallaron muerta; entonces la sacaron y le dieron sepultura junto a su marido.

11 Y vino un gran temor sobre toda la iglesia y sobre todos los que supieron1 estas cosasa.

Muchas señales y prodigios

12 Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales1 y prodigiosa entre el pueblo; y acostumbraban a estar todos de común acuerdo en el pórtico de Salomónb.

13 Pero ninguno de los demás se atrevía a juntarse con ellos; sin embargo, el pueblo los tenía en gran estimaa.

14 Y más y más creyentesa en el Señor, multitud de hombres y de mujeres, se añadían constantemente al número de ellosb,

15 a tal punto que aun sacaban a los enfermos a las calles y los tendían en lechos y camillas, para que al pasar Pedro, siquiera su sombra cayera sobre alguno de ellosa.

16 También la gente de las ciudades en los alrededores de Jerusalén acudía trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos, y1 todos eran sanados.

En la cárcel y libres otra vez

17 Pero levantándose el sumo sacerdote, y todos los que estaban con él, (es decir, la sectaa de los saduceosb), se llenaron de celo.

18 Entonces echaron mano a los apóstoles y los pusieron en una cárcel públicaa.

19 Pero durante la noche, un ángel del Señora, abrió las puertas de la cárcel y sacándolos, les dijo:

20 «Vayan, preséntense en el templo, y hablen1 al pueblo todo el mensaje2a de esta Vida»

21 Habiendo oído esto, al amanecer entraron en el templo y enseñabana. Cuando llegaron el sumo sacerdoteb y los que estaban con él, convocaron al Concilio1c, es decir2, a todo el Senado de los israelitas. Y mandaron traer de la cárcel a los apóstoles.

22 Pero los guardiasa que fueron no los encontraron en la cárcel; volvieron, pues, y les informaron:

23 «Encontramos la cárcel cerrada con toda seguridad y los guardias de pie a las puertas; pero cuando abrimos, a nadie hallamos dentro»

24 Cuando oyeron estas palabras el capitán de la guardia del temploa y los principales sacerdotes, se quedaron muy perplejos a causa de ellas, pensando en qué terminaría aquello1.

25 Pero alguien se presentó y les informó: «Miren, los hombres que pusieron en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo»

26 Entonces el capitána fue con los guardiasb y los trajo sin violencia porque temíanc al pueblo, no fuera que los apedrearan.

27 Cuando los trajeron, los pusieron ante1 el Concilio2a, y el sumo sacerdote los interrogó:

28 «Les dimos órdenes estrictas de no continuar enseñando en este Nombrea, y han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas, y quieren traer sobre nosotros la sangre de este Hombreb»

29 Pero Pedro y los apóstoles respondieron: «Debemos obedecer a Dios en vez de obedecer a los hombresa.

30 »El Dios de nuestros padresa resucitó a Jesúsb, a quien ustedes mataron1 y colgaron en una cruz2c.

31 »A Él Dios lo exaltó a1 Su diestraa como Príncipe2b y Salvadorc, para dar arrepentimiento a Israel, y perdón de pecadosd.

32 »Y nosotros somos testigos de estas cosasa; y también el Espíritu Santob, el cual Dios ha dado a los que le obedecen»

El consejo de Gamaliel

33 Cuando ellos oyeron esto, se sintieron profundamente ofendidos1a y querían matarlos.

34 Pero cierto fariseo llamado Gamaliela, maestrob de la ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el Concilio1c y ordenó que sacaran fuera a los apóstoles por un momento.

35 Entonces les dijo: «Hombres de Israel, tengan cuidado de lo que van a hacer con estos hombres.

36 »Porque hace algún tiempo Teudas se levantó pretendiendo ser alguiena; y un grupo como de 400 hombres se unió a él. Y1 fue muerto, y todos los que lo seguían2 fueron dispersos y reducidos a nada.

37 »Después de él, se levantó Judas de Galilea en los días del censoa, y llevó mucha gente tras sí; él también pereció, y todos los que lo seguían1 se dispersaron.

38 »Por tanto, en este caso les digo que no tengan nada que ver con1 estos hombres y déjenlos en paz, porque si este plan o acción2 es de los hombresa, perecerá;

39 pero si es de Dios, no podrán destruirlos; no sea que se hallen luchando contra …

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