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Mark 3:1–11:33

Capitulo 3

Jesús sana al hombre de la mano seca

aOtra vez entró Jesús en una sinagogab; y había allí un hombre que tenía una mano seca.

2 Y le observabana para ver si le sanaba en el día de reposo, para poder acusarleb.

3 Y dijo* al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte aquí en medio.

4 Entonces les dijo*: ¿Es lícito en el día de reposo hacer bien o hacer mal, salvar una vida o matar? Pero ellos guardaban silencio.

5 Y mirándolos en torno con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo* al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y su mano quedó sana1a.

6 Pero cuando los fariseos salieron, enseguida comenzaron a tramar1 con los herodianosa en contra de Jesús2, para ver cómo podrían destruirle.

Las multitudes siguen a Jesús

7 aJesús se retiró al mar con sus discípulos; y una gran multitud de Galilea le siguió; y también de Judeab,

8 de Jerusalén, de Idumeaa, del otro lado del Jordán, y de los alrededores de Tiro y Sidónb; una gran multitud, que al oír todo lo que Jesús hacía, vino a Él.

9 Y dijo a sus discípulos que le tuvieran lista una barca por causa de la multituda, para que no le oprimieran;

10 porque había sanado a muchosa, de manera que todos los que tenían afliccionesb se le echaban encima para tocarlec.

11 Y siempre que los espíritus inmundos le veían, caían delante de Él y gritaban, diciendo: Tú eres el Hijo de Diosa.

12 Y les advertía con insistencia que no revelaran su identidad1a.

Designación de los doce apóstoles

13 Y subió* al montea, llamób* a los que Él quiso, y ellos vinieron a Él.

14 Y designó a doce1, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar,

15 y para que tuvieran autoridad de expulsar demonios.

16 Designó a los doce: aSimón (a quien puso por nombre Pedro),

17 Jacobo1, hijo de Zebedeo, y Juan hermano de Jacobo1 (a quienes puso por nombre Boanerges, que significa, hijos del trueno);

18 Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo1, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el cananita2;

19 y Judas Iscariote, el que también le entregó.

Jesús y Beelzebú

20 Jesús llegó* a una casaa, y la multitud se juntó* de nuevob, a tal punto que ellos ni siquiera podían comer1c.

21 Cuando sus parientesa oyeron esto, fueron para hacerse cargo de Él, porque decían: Está fuera de síb.

22 Y los escribas que habían descendido de Jerusaléna decían: Tiene a Beelzebúb; y: Expulsa los demonios por el príncipe de los demoniosc.

23 aY llamándolos junto a sí, les hablaba en parábolasb: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanásc?

24 Y si un reino está dividido contra mismo, ese reino no puede perdurar.

25 Y si una casa está dividida contra misma, esa casa no podrá permanecer.

26 Y si Satanása se ha levantado contra mismo y está dividido, no puede permanecer, sino que ha llegado su fin1.

27 Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes si primero no lo ata1; entonces podrá saquear su casaa.

28 En verdad os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombresa, y las blasfemias con que blasfemen,

29 pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene jamás perdóna, sino que es culpable de pecado eterno.

30 Porque decían: Tiene un espíritu inmundo.

La madre y los hermanos de Jesús

31 aEntonces llegaron* su madre y sus hermanos, y quedándose afuera, le mandaron llamar.

32 Y había una multitud sentada alrededor de Él, y le dijeron*: He aquí, tu madre y tus hermanos1 están afuera y te buscan.

33 Respondiéndoles Él, dijo*: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?

34 Y mirando en torno a los que estaban sentados en círculo, a su alrededor, dijo*: He aquí mi madre y mis hermanosa.

35 Porque cualquiera que hace la voluntad de Diosa, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.

Capitulo 4

Parábola del sembrador

aComenzó a enseñar de nuevo junto al mar; y se llegó1 a Él una multitud tan grandeb que tuvo que subirse a una barcac que estaba en el mar, y se sentó; y toda la multitud estaba en tierra a la orilla del mar.

2 Les enseñaba muchas cosas en parábolasa; y les decía en su enseñanza:

¡Oíd! He aquí, el sembrador salió a sembrar;

y aconteció que al sembrar, una parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron.

Otra parte cayó en un pedregal donde no tenía mucha tierra; y enseguida brotó por no tener profundidad de tierra.

Pero cuando salió el sol, se quemó; y por no tener raíz, se secó.

Otra parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto.

Y otras semillas cayeron en buena tierra, y creciendo y desarrollándose, dieron fruto, y produjeron unas a treinta, otras a sesenta y otras a ciento por uno.

9 Y Él decía: El que tiene oídos para oír, que oigaa.

Explicación de la parábola

10 Cuando se quedó solo, sus seguidores1 junto con los doce, le preguntaban sobre las parábolas.

11 Y les decía: A vosotros os ha sido dado el misterio del reino de Dios, pero los que están afueraa reciben todo en parábolasb;

12 para que viendo vean pero no perciban, y oyendo oigan pero no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonadosa.

13 aY les dijo*: ¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, pues, comprenderéis todas las parábolas?

14 El sembrador siembra la palabra.

15 Y estos son los que están junto al camino donde se siembra la palabra, aquellos que en cuanto la oyen, al instante viene Satanása y se lleva la palabra que se ha sembrado en ellos.

16 Y de igual manera, estos en que se sembró la semilla en pedregales son los que al oír la palabra enseguida la reciben con gozo;

17 pero no tienen raíz profunda en mismos, sino que solo son temporales. Entonces, cuando viene la aflicción o la persecución por causa de la palabra, enseguida tropiezan1 y caen.

18 Otros son aquellos en los que se sembró la semilla entre los espinos; estos son los que han oído la palabra,

19 pero las preocupaciones del mundo1, y el engaño de las riquezas, y los deseos de las demás cosas entran y ahogan la palabra, y se vuelve estérila.

20 Y otros son aquellos en que se sembró la semilla en tierra buena; los cuales oyen la palabra, la aceptan y dan fruto, unos a treinta, otros a sesenta y otros a ciento por unoa.

21 Y les decía: ¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un almud o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candeleroa?

22 Porque nada hay oculto, si no es para que sea manifestado; ni nada ha estado en secreto, sino para que salga a la luza.

23 Si alguno tiene oídos para oír, que oigaa.

24 También les decía: Cuidaos de lo que oís. Con la medida con que midáis, se os mediráa, y aun más se os dará.

25 Porque al que tiene, se le dará más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitaráa.

Parábola del crecimiento de la semilla

26 Decía también: El reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierraa,

27 y se acuesta1 y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece; cómo, él no lo sabe.

28 La tierra produce fruto por misma; primero la hoja, luego la espiga, y después el grano maduro1 en la espiga.

29 Y cuando el fruto lo permite, él enseguida mete1 la hoza, porque ha llegado el tiempo de la siega.

Parábola del grano de mostaza

30 aTambién decía: ¿A qué compararemos el reino de Diosb, o con qué parábola lo describiremos?

31 Es como un grano de mostaza, el cual, cuando se siembra en la tierra, aunque es más pequeño que todas las semillas que hay en la tierra,

32 sin embargo, cuando es sembrado, crece y llega a ser más grande que todas las hortalizas y echa grandes ramas, tanto que las aves del cielo pueden anidar bajo su sombraa.

33 Con muchas parábolas como estas les hablaba la palabra, según podían oírla;

34 y sin parábolas1a no les hablaba, sino que lo explicabab todo en privado a sus propios discípulos.

Jesús calma la tempestad

35 aEse día, caída ya la tarde, les dijo*: Pasemos al otro lado.

36 Despidiendo1 a la multitud, le llevaron* con ellos en la barcaa, como estaba; y había otras barcas con Él.

37 Pero se levantó* una violenta tempestad1, y las olas se lanzaban sobre la barca de tal manera que ya se anegaba la barca.

38 Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal1; entonces le despertaron* y le dijeron*: Maestro, ¿no te importa que perezcamos?

39 Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: ¡Cálmate1, sosiégate2! Y el viento cesó, y sobrevino una gran calmaa.

40 Entonces les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados? ¿Cómo no tenéis fea?

41 Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros: ¿Quién, pues, es este que aun el viento y el mar le obedecen?

Capitulo 5

El endemoniado gadareno

aY llegaron al otro lado del mar, a la tierra de los gadarenos1.

2 Y cuando Él salió de la barcaa, enseguida vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con un espíritu inmundob

3 que tenía su morada entre los sepulcros; y nadie podía ya atarlo ni aun con cadenas;

4 porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie era tan fuerte como para dominarlo.

5 Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y en los montes dando gritos e hiriéndose con piedras.

6 Cuando vio a Jesús de lejos, corrió y se postró delante de Él;

7 y gritando a gran voz, dijo*: ¿Qué tengo yo que ver contigo1, Jesús, Hijo del Diosa Altísimob? Te imploro por Dios que no me atormentesc.

8 Porque Jesús le decía: Sal del hombre, espíritu inmundo.

9 Y le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y él le dijo*: Me llamo Legióna, porque somos muchos.

10 Entonces le rogaba con insistencia que no los enviara fuera de la tierra.

11 Y había allí una gran piara de cerdos paciendo junto al monte.

12 Y los demonios le rogaron, diciendo: Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.

13 Y Él les dio permiso. Y saliendo los espíritus inmundos, entraron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se precipitó por un despeñadero al mar, y en el mar se ahogaron1.

14 Y los que cuidaban los cerdos1 huyeron y lo contaron en la ciudad y por los campos. Y la gente vino a ver qué era lo que había sucedido.

15 Y vinieron* a Jesús, y vieron* al que había estado

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