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La Biblia de las Américas
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Sueño y locura de Nabucodonosor

1Nabucodonosor, rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra: Que abunde vuestra paz2a.

2 Me ha parecido bien declarar las señales y maravillas que ha hecho conmigo el Dios Altísimoa.

3 ¡Cuán grandes son sus señales,

y cuán poderosas sus maravillasa!

Su reino es un reino eterno,

y su dominio de generación en generaciónb.

4 1Yo, Nabucodonosor, estaba tranquilo en mi casa y prósperoa en mi palacio.

5 Tuve1 un sueño que me hizo temblara; y estas fantasías, estando en mi cama, y las visiones de mi mente2 me aterraronb.

6 Por lo cual di órdenes que trajeran ante mí a todos los sabios de Babilonia para que me dieran a conocer la interpretación del sueñoa.

7 Entonces vinieron los magos1, los encantadores, los caldeos2 y los adivinos y les3 conté el sueño; pero no pudieron darme su interpretacióna.

8 Pero al fin vino ante mí Daniel, cuyo nombre es Beltsasara, como el nombre de mi dios, en quien está el espíritu de los dioses santos1b, y yo le2 conté el sueño, diciendo:

9 «Oh Beltsasar, jefe de los magos, ya que sé que en ti está el espíritu de los dioses santosa y que ningún misteriob te confunde, declárame las visiones del sueño que he visto, y su interpretaciónc.

10 »Y las visiones de mi mente1, que vi estando en mi camaa, fueron así:

Vi un árbol en medio de la tierra,

cuya altura era muy grandeb.

11 »El árbol creció y se hizo fuerte,

su copa1 llegaba hasta el cieloa,

y era visible desde los confines de la tierra.

12 »Su follaje era hermosoa y su fruto abundante,

y en él había alimento para todos.

Debajo de él hallaban sombrab las bestias del campo,

las aves del cielo hacían morada en sus ramasc,

y de él se alimentaban todos los seres vivientes1.

13 »En las visiones de mi mente1 que vi estando en mi camaa, he aquí, un vigilante, un santob, descendió del cieloc.

14 »Clamando fuertemente, dijo así:

“Derribad el árbol, cortad sus ramasa,

arrancad su follaje, desparramad su fruto;

huyan las bestias que están debajo de élb,

y las aves de sus ramas.

15 “Pero dejad en tierra el tocón1 con2 sus raícesa,

con ataduras de hierro y bronce

entre la hierba del campo;

que se empape con el rocío del cielo,

y comparta3 con las bestias la4 hierba de la tierra.

16 “Sea cambiado su corazón de hombre,

y séale dado corazón de bestia,

y pasen sobre él siete tiempos1a.

17 “Esta sentencia es por decreto de los vigilantes,

y la orden es por decisión de los santos,

con el fin de que sepan los vivientes

que el Altísimo domina sobre el reino de los hombres,

y se lo da a quien le placea,

y pone sobre él al más humilde de los hombresb”.

18 »Este es el sueño que yo, el rey Nabucodonosor, he tenido1. Y tú, Beltsasar, dime su interpretación, ya que ninguno de los sabios de mi reino ha podido darme a conocer su interpretacióna; pero tú puedes, porque el espíritu de los dioses santos está en tib».

19 Entonces Daniel, a quien llamaban Beltsasar, se quedó atónito por un momento, y le turbaron sus pensamientosa. El rey habló, y dijo: «Beltsasar, no dejes que el sueño ni su interpretación te turbenb».” Beltsasar respondió, y dijo: «Señor míoc; sea el sueño para los que te odian, y su interpretación para tus adversariosd.

20 »El árbol que viste, que se hizo fuerte y corpulento, cuya copa1 llegaba hasta el cielo y que era visible en toda la tierraa,

21 y cuyo follaje era hermoso y su fruto abundante, y en el que había alimento para todos, debajo del cual moraban las bestias del campo y en cuyas ramas anidaban las aves del cielo,

22 eres tú, oh rey, que te has hecho grande y fuerte, y tu grandeza ha crecido y ha llegado hasta el cielo, y tu dominioa hasta los confines de la tierrab.

23 »Y en cuanto al vigilante, al santo que el rey vio, que descendía del cielo y decía: ‘Derribad el árbol y destruidlo, pero dejad el tocón con1 sus raíces en la tierra, con ataduras de hierro y bronce en la hierba del campo, y que se empape con el rocío del cielo, y que comparta2 con las bestias del campoa, hasta que pasen sobre él siete tiempos3b”,

24 esta es la interpretación, oh rey, y este es el decreto del Altísimo que ha venido sobre mi señor el reya:

25 Serás echado de entre los hombres, y tu morada estará con las bestias del campo, y te darán hierba para comer como al ganado, y serás empapado con el rocío del cielo; y siete tiempos1 pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo domina sobre el reino de los hombres y que lo da a quien le placea.

26 »Y en cuanto a la orden de dejar el tocón con1 las raíces del árbola, tu reino te será afirmado2 después que reconozcas que es el Cielo el que gobiernab.

27 »Por tanto, oh rey, que mi consejo te sea gratoa: pon fin a1 tus pecados haciendo justicia, y a tus iniquidadesb mostrando misericordia a los pobresc; quizás sea prolongada tu prosperidadd».

28 Todo esto le sucedióa al rey Nabucodonosor.

29 Doce meses despuésa, paseándose por la azotea del palacio real de Babilonia,

30 el rey reflexionó1, y dijo: «¿No es esta la gran Babilonia que yo he edificado como residencia2 real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestada?».

31 Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando una voz vino1 del cielo: «Rey Nabucodonosor, a ti se te declara: El reino te ha sido quitado,

32 y serás echado de entre los hombres, y tu morada estará con las bestias del campo; te darán hierba para comer como al ganado, y siete tiempos1 pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo domina sobre el reino de los hombres, y que lo da a quien le placea».

33 En aquel mismo instante se cumplió la palabra acerca de Nabucodonosor: fue echado de entre los hombres, comía hierba como el ganado y su cuerpo se empapó con el rocío del cieloa hasta que sus cabellos crecieron como las plumas de las águilas y sus uñas como las de las aves.

34 Pero al fin de los días, yo, Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo, y recobré mi razón1, y bendije al Altísimo y alabé y glorifiqué al que vive para siempre;

porque su dominio es un dominio eternoa,

y su reino permanece de generación en generaciónb.

35 Y todos los habitantes de la tierra son considerados como nadaa,

mas Él actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo

y entre los habitantes de la tierrab;

nadie puede detener1 su manoc,

ni decirle: «¿Qué has hechod?».

36 En ese momento recobré mi razón1. Y mi majestad y mi esplendor me fueron devueltosa para gloriab de mi reino, y mis consejeros2 y mis nobles vinieron a buscarme; y fui restablecido en mi reino3, y mayor grandeza me fue añadidac.

37 Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, ensalzo y glorifico al Rey del cieloa, porque sus obras son todas verdaderas1 y justos2 sus caminosb; Él puede humillarc a los que caminan con soberbia.

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