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Mateo 7–23

Capitulo 7

El juicio hacia los demás

aNo juzguéis para que no seáis juzgados.

Porque con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que midáis, se os mediráa.

¿Y por qué miras la mota1 que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojoa?

¿O cómo puedes decir1 a tu hermano: «Déjame sacarte la mota del ojo», cuando2 la viga está en tu ojoa?

¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu hermano.

6 No deis lo santo a los perrosa, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las huellen con sus patas, y volviéndose os despedacen.

La oración recibirá respuesta

7 aPedid, y se os daráb; buscad, y hallaréis; llamad1, y se os abrirá.

Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.

¿O qué hombre hay entre vosotros que si su hijo le pide pan, le1 dará una piedra,

10 o si1 le pide un pescado, le2 dará una serpiente?

11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidena?

12 Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombresa, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetasb.

Dos puertas y dos sendas

13 Entrad por la puerta estrechaa, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición1, y muchos son los que entran por ella.

14 Porque estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.

Cómo conocer a los falsos profetas

15 Cuidaos de los falsos profetasa, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapacesb.

16 Por sus frutos los conoceréisa. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?

17 Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malosa.

18 Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos.

19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuegoa.

20 Así que, por sus frutos los conoceréisa.

21 No todo el que me dice: «Señor, Señora», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

22 Muchos me dirána en aquel díab: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros1?».

23 Y entonces les declararé: «Jamás os conocí; apartaos de a, los que practicáis la iniquidad».

Los dos cimientos

24 aPor tanto, cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca;

25 y cayó la lluvia, vinieron los torrentes1, soplaron los vientos y azotaron2 aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca.

26 Y todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica, será semejante a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena;

27 y cayó la lluvia, vinieron los torrentes1, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción.

28 Cuando1 Jesús terminóa estas palabras, las multitudes se admiraban de su enseñanzab;

29 porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas.

Capitulo 8

Curación de un leproso

Y cuando bajó del monte, grandes multitudes le seguían.

aY he aquí, se le acercó un leproso y se postró ante Él1b, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.

3 Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: Quiero; limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra1a.

4 Entonces Jesús le dijo*: Mira, no se lo digas a nadiea, sino veb, muéstrate al sacerdotec y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio a ellos.

Jesús sana al criado del centurión

5 aY cuando entró Jesús1 en Capernaúm se le acercó un centurión suplicándole,

6 y diciendo: Señor, mi criado1 está postrado en casa, paralíticoa, sufriendo mucho2.

7 Y Jesús le dijo*: Yo iré y lo sanaré.

8 Pero el centurión respondió y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; mas solamente di la palabra1 y mi criado2 quedará sano.

9 Porque yo también soy hombre bajo autoridada, con1 soldados a mis órdenes2; y digo a este: «Ve», y va; y al otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace.

10 Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en Israel1 no he hallado en nadie una fe tan grande.

11 Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidentea, y se sentarán1 a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.

12 Pero los hijos del reinoa serán arrojados a las tinieblas de afuerab; allí será el llanto y el crujir de dientesc.

13 Entonces Jesús dijo al centurión: Vete; así como has creídoa, te sea hecho. Y el criado1 fue sanado en esa misma hora.

Jesús sana a la suegra de Pedro y a muchos otros

14 aAl llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de este1 que yacía en cama2 con fiebre.

15 Le tocó la mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó y le servía.

16 Y al atardecer, le trajeron muchos endemoniadosa; y expulsó a los espíritus con su palabra, y sanó a todos los que estaban enfermosb,

17 para que se cumpliera lo que fue dicho por medio del profeta Isaías cuando dijo: El mismo tomo nuestras flaquezas y llevo1 nuestras enfermedadesa.

Lo que demanda el discipulado

18 Viendo Jesús una multitud a su alrededor, dio ordena de pasar al otro lado.

19 aY un escriba se le acercó y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.

20 Y Jesús le dijo*: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombrea no tiene dónde recostar la cabeza.

21 Otro de los discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre.

22 Pero Jesús le dijo*: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertosa.

Jesús calma la tempestad

23 aCuando entró Jesús1 en la barca, sus discípulos le siguieron.

24 Y de pronto1 se desató una gran tormenta2 en el mar, de modo que las olas cubrían la barca; pero Jesús3 estaba dormido.

25 Y llegándose a Él, le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanosa, que perecemos!

26 Y Él les dijo*: ¿Por qué estáis amedrentados, hombres de poca fea? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma.

27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Quién es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?

Los endemoniados gadarenos

28 aCuando llegó al otro lado, a la tierra de los gadarenos, le salieron al encuentro dos endemoniadosb que salían de los sepulcros, violentos en extremo, de manera que nadie podía pasar por aquel camino.

29 Y1 gritaron, diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo2, Hijo de Diosa? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes del tiempo3?

30 A cierta distancia de ellos había una piara de muchos cerdos paciendo;

31 y los demonios le rogaban, diciendo: Si vas a echarnos fuera, mándanos a la piara de cerdos.

32 Entonces Él les dijo: ¡Id! Y ellos salieron y entraron en los cerdos; y he aquí que la piara entera se precipitó por un despeñadero al mar, y perecieron en las aguas.

33 Los que cuidaban la piara huyeron; y fueron a la ciudad y lo contaron todo, incluso1 lo de los endemoniadosa.

34 Y1 toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de su comarcaa.

Capitulo 9

Curación de un paralítico

Y subiendo Jesús en una barca, pasó al otro lado y llegó a su ciudada.

aY1 le trajeron un paralítico echado en una camilla; y Jesús, viendo la fe de ellos, dijo al paralíticob: Anímatec, hijo, tus pecados te son perdonadosd.

3 Y1 algunos de los escribas decían para sí2: Este blasfemaa.

4 Y Jesús, conociendo sus pensamientosa, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?

Porque, ¿qué es más fácil, decir: «Tus pecados te son perdonados», o decir: «Levántate, y andaa»?

Pues para que sepáis que el Hijo del Hombrea tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (entonces dijo* al paralíticob): Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

7 Y él levantándose, se fue a su casa.

8 Pero cuando las multitudes vieron esto, sintieron temor1, y glorificaron a Diosa, que había dado tal poder2 a los hombres.

Llamamiento de Mateo y la cena en su casa

9 aCuando Jesús se fue de allí, vio a un hombre llamado Mateob, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo*: ¡Síguemec! Y levantándose, le siguió.

10 Y sucedió que estando Él sentado1 a la mesa en la casa, he aquí, muchos recaudadores de impuestos2 y pecadores llegaron y se sentaron3 a la mesa con Jesús y sus discípulos.

11 Y cuando vieron esto, los fariseos dijeron a sus discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los recaudadores de impuestos y pecadoresa?

12 Al oír Él esto, dijo: Los que están sanos1 no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermosa.

13 Mas id, y aprended lo que significaa: «Misericordia1 quiero y no sacrificiob»; porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadoresc.

Pregunta sobre el ayuno

14 Entonces se le acercaron* los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamosa, pero tus discípulos no ayunan?

15 Y Jesús les dijo: ¿Acaso los acompañantes del novio1 pueden estar de luto mientras el novio está con ellos? Pero vendrán días cuando el novio les será2 quitado, y entonces ayunarán.

16 Y nadie pone un remiendo1 de tela nueva2 en un vestido viejo; porque el remiendo3 al encogerse tira del vestido y se produce una rotura peor.

17 Y nadie echa vino nuevo en odres1 viejos, porque entonces2 los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan.

Curación de una mujer y resurrección de la hija de un oficial

18 aMientras les decía estas cosas, he aquí, vino un oficial1 de la sinagoga y se postró delante de Él2b, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá.

19 Y levantándose Jesús, lo siguió, y también sus discípulos.

20 Y he aquí, una mujer que había estado sufriendo de flujo de sangre por doce años, se

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