Mateo 10–12
Llamamiento de los doce apóstoles
Entonces llamando a sus doce discípulosa, Jesús les dio poder1 sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y para sanar toda enfermedad y toda dolenciab.
¶2 aY los nombres de los doce apóstoles son estos: primero, Simónb, llamado Pedro, y Andrés su hermanoc; y Jacobo1d, el hijo de Zebedeo, y Juan2 su hermano;
3 Felipe y Bartolomé1a; Tomásb y Mateoc, el recaudador de impuestos2; Jacobo3d, el hijo de Alfeo, y Tadeoe;
4 Simón el cananita1, y Judas Iscariotea, el que también le entregó.
¶5 A estos docea envió Jesús después de instruirlos, diciendo: No vayáis por1 el camino de los gentiles, y no entréis en ninguna ciudad de los samaritanosb.
6 Sino id más bien a las ovejas perdidasa de la casa de Israel.
7 Y cuando vayáis, predicad diciendo: «El reino de los cielos se ha acercadoa».
8 Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios; de gracia1 recibisteis, dad de gracia1.
9 aNo os proveáis de oro, ni de plata, ni de cobre para llevar en vuestros cintos,
10 ni de alforja1 para el camino, ni de dos túnicas2, ni de sandalias, ni de bordón; porque el obrero es digno de su sostén3a.
11 Y en cualquier ciudad o aldea donde entréis, averiguad quién es digno en ella, y quedaos allí hasta que os marchéis.
12 Al entrar en la casa, dadle vuestro saludo de paza.
13 Y si la casa es digna, que vuestro saludo de paz venga sobre ella; pero si no es digna, que vuestro saludo de paz se vuelva a vosotros.
14 Y cualquiera que no os reciba ni oiga vuestras palabras, al salir de esa casa o de esa ciudad, sacudid el polvo de vuestros piesa.
15 En verdad os digo que en el día del juicioa será más tolerable el castigob para la tierra de Sodoma y Gomorrac que para esa ciudad.
¶16 Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobosa; por tanto, sed1 astutos como las serpientesb e inocentes como las palomasc.
17 Pero cuidaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales1a y os azotarán en sus sinagogasb;
18 y hasta seréis llevados delante de gobernadores y reyes por mi causa, como un testimonio a ellos y a los gentiles.
19 aPero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué hablaréis; porque a esa hora se os dará lo que habréis de hablarb.
20 Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotrosa.
21 Y el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijoa; y los hijos se levantarán contra los padresb, y les causarán la muerte1.
22 Y seréis odiados de todos por causa de mi nombrea, pero el que persevere hasta el fin, ese será salvob.
23 Pero cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otraa; porque en verdad os digo: no terminaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombreb.
Palabras de aliento a los doce
¶24 Un discípulo1 no está por encima del maestro, ni un siervo por encima de su señora.
25 Le basta al discípulo llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al dueño de la casaa lo han llamado Beelzebúb, ¡cuánto más a los de su casa!
26 aAsí que no les temáis, porque nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberseb.
27 Lo que os digo en la oscuridad, habladlo en la luza; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteasb.
28 Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquela que puede hacer perecer1 tanto el alma como el cuerpo en el infierno2b.
29 ¿No se venden dos pajarillos1 por un cuarto2a? Y sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin permitirlo vuestro Padre.
30 Y hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contadosa.
31 Así que no temáis; vosotros valéis más que muchos pajarillos1a.
32 Por tanto, todo el que me1 confiese delante de los hombres, yo también le2 confesaré delante de mi Padre que está en los cielosa.
33 Pero cualquiera que me niegue delante de los hombresa, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos.
¶34 aNo penséis que vine a traer1 paz a la tierra; no vine a traer1 paz, sino espada.
35 Porque vine a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegraa;
36 y los enemigos del hombre serán los de su misma casaa.
37 El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mía.
38 Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mía.
39 El que ha hallado su vida, la perderá; y el que ha perdido su vida por mi causa, la hallaráa.
¶40 El que os recibe a vosotros, a mí me recibea; y el que me recibe a mí, recibe al que me enviób.
41 El que recibe a un profeta como1 profeta, recibirá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo como1 justo, recibirá recompensa de justoa.
42 Y cualquiera que como1 discípulo dé de beber aunque solo sea un vaso de agua fría a uno de estos pequeños2, en verdad os digo que no perderá su recompensaa.
Jesús sale a enseñar y predicar
Y sucedió que cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulosa, se fue de allí a enseñar y predicar1 en las ciudades de ellosb.
Jesús y los discípulos de Juan
¶2 aY al oír Juan en la cárcel de las obras de Cristo1, mandó por medio de sus discípulos
3 a decirle: ¿Eres tú el que ha de venir1a, o esperaremos a otro?
4 Y respondiendo Jesús, les dijo: Id y contad a Juan lo que oís y veis:
5 los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyena, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el evangelio1b.
6 Y bienaventurado es el que no se escandaliza de mía.
Jesús habla de Juan el Bautista
¶7 Mientras ellos se marchaban, Jesús comenzó a hablar a las multitudes acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver en el desiertoa? ¿Una caña sacudida por el viento?
8 Mas, ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Mirad, los que usan ropas finas están en los palacios1 de los reyes.
9 Pero, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profetaa? Sí, os digo, y uno que es más que un profeta.
10 Este es de quien está escrito:
«He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz,
quien preparará tu camino delante de tia».
11 En verdad os digo que entre los nacidos de mujer1 no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.
12 Y desde los días de Juan el Bautistaa hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia1, y los violentos lo conquistan por la fuerza2.
13 Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan.
14 Y si queréis aceptarlo, él es Elíasa, el que había de venir1.
15 El que tiene oídos1, que oigaa.
16 Pero, ¿con qué compararé a esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, que dan voces a los otros,
17 y dicen: «Os tocamos la flauta, y no bailasteis; entonamos endechas, y no os lamentasteis1».
18 Porque vino Juan que no comíaa ni bebíab, y dicen: «Tiene un demonioc».
19 Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: «Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos1 y de pecadoresa». Pero2 la sabiduría se justifica por sus hechos3.
Ayes sobre ciudades de Galilea
¶20 Entonces comenzó a increpar a las ciudades en las que había hecho la mayoría de sus milagros1, porque no se habían arrepentidoa.
21 ¡aAy de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaidab! Porque si los milagros1 que se hicieron en vosotras se hubieran hecho en Tiro y en Sidónc, hace tiempo que se hubieran arrepentido en cilicio y cenizad.
22 Por eso os digo que en el día del juicioa será más tolerableb el castigo para Tiro y Sidón que para vosotras.
23 Y tú, Capernaúma, ¿acaso serás elevada hasta los cielos? ¡Hasta el Hades1b descenderás2c! Porque si los milagros3 que se hicieron en ti se hubieran hecho en Sodomad, esta hubiera permanecido hasta hoy.
24 Sin embargo, os digo que en el día del juicioa será más tolerableb el castigo para la tierra de Sodoma que para ti.
¶25 aEn aquel tiempo1, hablando2 Jesús, dijo: Te alabo3, Padreb, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentesc, y las revelaste a los niños.
26 Sí, Padrea, porque así fue de tu agrado.
27 Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padrea; y nadie conoce1 al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce1 al Padre, sino el Hijob, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
28 Venid a mí, todos los que estáis cansados1 y cargados, y yo os haré descansara.
29 Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mía, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almasb.
30 Porque mi yugo es fácil1 y mi carga ligeraa.
Jesús, Señor del día de reposo
aPor aquel tiempo1 Jesús pasó por entre los sembrados en el día de reposo; sus discípulos tuvieron hambre, y empezaron a arrancar espigasb y a comer.
2 Y cuando lo vieron los fariseos, le dijeron: Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el día de reposoa.
3 Pero Él les dijo: ¿No habéis leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre,
4 cómo entró en la casa de Dios y comieron los panes consagrados1a, que no les era lícito comer, ni a él ni a los que estaban con él, sino solo a los sacerdotes?
5 ¿O no habéis leído en la ley, que en los días de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo y están sin culpa?
6 Pues os digo que algo1 mayor que el templo está aquía.
7 Pero si hubierais sabido lo que esto significa1: «Misericordia2 quiero y no sacrificioa», no hubierais condenado a los inocentes.
8 Porque el Hijo del Hombrea es Señor del día de reposo.
Jesús sana al hombre de la mano seca
¶9 aPasando de allí, entró en la sinagoga de ellos.
10 Y he aquí, había allí un hombre que tenía una mano seca. Y para poder acusarle, le preguntaron, diciendo: ¿Es lícito sanar en el día de reposoa?
11 Y Él les dijo: ¿Qué hombre habrá de vosotros que tenga una sola oveja, si esta se le cae en un hoyo en día de reposo, no le echa mano y la sacaa?