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Santiago 3:1–12

El poder de la lengua

Hermanos míosa, no os hagáis maestros muchos de vosotrosb, sabiendo que recibiremos un juicio más severo1.

2 Porque todos tropezamos1 de muchas manerasa. Si alguno no tropieza en lo que dice2b, es un hombre perfectoc, capaz también de refrenar todo el cuerpod.

3 Ahora bien, si ponemos el freno en la boca de los caballosa para que nos obedezcan, dirigimos también todo su cuerpo.

4 Mirad también las naves; aunque son tan grandes e impulsadas por fuertes vientos, son, sin embargo, dirigidas mediante un timón muy pequeño por donde la voluntad1 del piloto quiere.

5 Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, se jacta de grandes cosasa. Mirad, ¡qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuegob!

6 Y la lengua es un fuegoa, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpob, es encendida por el infierno1c e inflama el curso2 de nuestra vida3.

7 Porque todo género1 de fieras y de aves, de reptiles y de animales marinos, se puede domar y ha sido domado por el género1 humano,

8 pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulento y lleno de veneno mortala.

9 Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padrea, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Diosb;

10 de la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.

11 ¿Acaso una fuente por la misma abertura echa agua dulce y amarga?

12 ¿Acaso, hermanos míos, puede una higuera producir aceitunasa, o una vid higos? Tampoco la fuente de agua salada puede producir agua dulce.

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