»Mientras yo observaba esto,
se colocaron unos tronos,
y tomó asiento un venerable Anciano.
Su ropa era blanca como la nieve,
y su cabello, blanco como la lana.
Su trono con sus ruedas
centelleaban como el fuego.
De su presencia brotaba
un torrente de fuego.
Miles y millares le servían,
centenares de miles lo atendían.
Al iniciarse el juicio,
los libros fueron abiertos.
Daniel 7:9–10